Dos sacerdotes se habían ido de vacaciones a Cancún. Para tener más
posibilidades de tener unas verdaderas vacaciones, ambos decidieron
no usar nada que los identificara como sacerdotes.
Apenas aterrizó el avión, se fueron a una tienda y se compraron
shorts, camisas, sandalias, anteojos de sol, etc., realmente
estrafalarios.
A la mañana siguiente, se fueron a la playa, vestidos con su estilo
"turista gringo". Estaban sentados en sus sillas playeras,
disfrutando sus tragos, el sol y el paisaje, cuando vieron venir
hacia ellos a una preciosa rubia, con un cuerpo impresionante y una
diminuta tanga. No pudieron evitar quedarse mirándola.
Al acercarse, ella sonrió y dijo, "Buenos días, Padre", haciendo un
movimiento de cabeza y dirigiéndose a cada uno de ellos, y siguió de
largo. Los dos curas estaban asombrados. ¿Cómo ella los había
reconocido como sacerdotes?
Al otro día, volvieron a ir a la tienda y compraron ropa todavía más
estrafalaria; tanto, que hasta se les podía oír antes de verlos.
Nuevamente, se acomodaron en la playa, para disfrutar del sol.
Pasó un rato, y volvieron a ver viniendo hacia ellos a la misma
bellísima rubia. Nuevamente ella se acercó, y los saludó a cada uno,
diciendo "Buenos días Padre", y siguió su camino.
Uno de los sacerdotes no pudo resistir más. "Un momento, jovencita",
dijo.
"Sí, somos sacerdotes y muy orgullosos y felices de serlo, pero
quiero saber, ¿cómo sabía usted que lo somos?".
"Padre, soy yo: la Hermana Verónica."